Ayer me sorprendí a mí misma pensando: “Oh, si pudiera llover”. Escuchando en mi interior, no era tanto un anhelo de humedad para la naturaleza lo que me hablaba como una necesidad muy concreta que permanece latente en algunas personas. Se despierta, in crescendo, en el momento álgido del zumbido exterior en el transcurso del año insular. Y eso es más o menos ahora: Festivales, música, bailes, playas, los últimos días de vacaciones se alargan. Santos del pueblo y gente con trajes tradicionales desfilando por las calles… Banderas de colores al viento…
La sensación de “demasiado” se extiende y anuncia la necesidad de recomponerse. Va de la mano del encorvamiento de cuatro paredes, los pantalones largos, quizá un jersey que se pega a la piel. Y así se muestra: Aquí tiene un límite exterior, una protección, un espacio interior en el que puede refugiarse… ¿Y qué mejor excusa para retirarse que un día gris y lluvioso?
Las primeras líneas del 23º lema semanal del Calendario del Alma de Rudolf Steiner son apropiadas:
“El esfuerzootoñal de los sentidos por estimularsese amortigua
;
La niebla de los velos opacosse mezcla con la revelación de la luz
.
(…)”
De humor para el final del verano Mikaela Nowak